viernes, 1 de febrero de 2008

Un Réquiem Alemán


“Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”

(San Mateo V, 4)

Con estas palabras da comienzo el Réquiem Alemán (Ein deutsches Réquiem Op. 45) de Johannes Brahms, también conocido como el réquiem ateo. Os cuento esto porque tuve la oportunidad de escucharlo el pasado domingo en el Auditorio Nacional de Música de Madrid con la OCNE bajo la dirección de Josep Pons.

No voy a entrar en si la interpretación fue buena o mala (a mí me sonó tan maravillosamente bien como la versión de Otto Klemperer con la filarmónica de Londres que tengo en casa). Sólo diré que pocas veces en mi vida he experimentado sensaciones tan extraordinarias, tantas ganas de llorar ante la suprema beldad, tantos oídos en las entrañas, tanta conmoción.

El joven Brahms sentía un gran afecto y admiración por Shumann (aparte de estar platónicamente enamorado de la esposa de éste, Clara), dado que con veinte años lo acogió en su casa de Düsseldorf. Shumann murió en 1856 y el segundo movimiento del Réquiem (para mí el más hermoso) data de 1857, por lo que se ha sugerido que la obra nace como proyecto de homenaje al amigo. Posteriormente, el fallecimiento de su madre precipita la necesidad de acabar la composición ya iniciada. Corría el mes de febrero de 1865. Pero no sería hasta 1869 cuando se estrenase la obra completa en Leipzig.

En vez de usar los textos estándar para réquiems, Brahms seleccionó sus propios pasajes de la biblia luterana, evitando toda referencia al cristianismo y omitiendo la totalidad del Juicio Final. Aunque era creyente, no era un gran religioso , y más tarde diría que había querido cambiar la palabra alemán por Humano en el título.

Por favor, si nunca habéis escuchado el Réquiem Alemán, conseguidlo (o pedídmelo), poneos cómodos cualquier noche, en vuestro sofá, con la música a buen volumen (¿qué es eso de escuchar la música flojita?) y cuando acabe os daréis cuenta de que no se puede salir indemne de esos 70 minutos. Y si ya lo habéis escuchado entonces sabréis de qué os hablo.

Y para terminar, una pregunta: ¿qué seríamos sin la música?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No suelo ir haciendo comentarios por internet, pero no puedo menos que darte la razón. Esa composición de Brahms es algo maravilloso, de las que te llegan al alma. Y esas palabras suenan vacías y no hacen el merecido honor.
Gracias por ese artículo.

Miguel Ángel dijo...

Gracias a ti.