martes, 16 de abril de 2013

Hay que encender la luz


4:00 AM
De crío, pensaba que para espantar a los monstruos que habitaban la noche había que dejar la luz encendida. No bastaba con encenderla un momento, porque los monstruos no vivían en un país lejano al que huyeran cuando veían luz, si no que se escondían en los recovecos de las casas, al fondo del armario trastero, en el tubo de la campana extractora o en el  falso techo. Habitando allí, en cuanto vieran que la luz se volvía a apagar, no tardarían nada en aparecer de nuevo, no tenían que viajar desde un oscuro y lejano reino.  La única manera de salvarse de los monstruos era estar en la cama o con la luz encendida.
         Se le vino esto a la memoria mientras aguantándose las arcadas, se limpiaba de la planta del pie los restos de una obscenamente grande cucaracha que había pisado a oscuras cuando se había levantado al baño. Qué asco le daban esos bichos.
        Cuando terminó, apagó la luz, salió del baño y se encaminó hacia la cocina; tenía que pasar por ella para ir al cuarto dónde guardaba la fregona para limpiar los restos aplastados del bicho que habían quedado en el suelo. Iba a encender la bombilla del pasillo cuando un estúpido orgullo se lo impidió. “Si la enciendo ahora, no va a ser por miedo a pisar otra cucaracha, va a ser porque me he acordado de los miedos que tenía de pequeño, y joder, soy un hombre ya, no un crío chico que mira a oscuras un abrigo colgado de un perchero y ve un ogro. Ya enciendo la de la cocina, que me hace falta para sacar los aperos de limpiar”.
         Ya estaba en la cocina, ya levantaba la mano hacia el interruptor cuando algo que parecía una mano fría le tocó la pierna, justo por encima del tobillo. No fue un contacto fuerte ni prolongado, pero el susto le hizo pegar un respingo, perdió el paso, se dio en el dedo pequeño del pie con el quicio de la puerta y cayó hacia atrás dándose en el cuello con la barra americana de silestone y cayó al suelo. Todo se apagó.
        Cuando abrió los ojos, vio en el reloj digital de la cocina que eran las 4 y cuarto. No ha sido para tanto, pensó. Intentó levantarse. Al principio, sólo con sorpresa, notó que no podía. “Se me habrá dormido una pierna”. Volvió a intentarlo, y entonces se asustó. No se podía mover. Gimió. Volvió a gemir, y notó como los ojos se le llenaban de lágrimas.
        Y oyó entonces un susurro de cómo hojas que se mueven con el viento, pero más leve. Notó en su pecho una la misma mano fría que antes, y luego, unas cuantas patas, luego decenas, luego cientos. Y con el rabillo del ojo, una sombra que medio se ocultaba tras la barra americana y decenas de cucarachas que correteaban por sus piernas y por su pecho y que se acercaban a su cuello. Sintió pánico, un pánico como mil agujas al rojo vivo que no pararan de moverse en su cabeza. Gritó, un grito gutural, inarticulado y todo se apagó.

9:00 AM
-           - ¿Cómo le habéis encontrado?
-        -  Un vecino oyó un golpe, ya sabes estas paredes son de papel. Y poco después, un grito enorme. Es un viejecillo, de unos ochenta, de estos que no duermen y pasan la noche en la cama oyendo la radio. Nos llamó y así nos lo hemos encontrado.
-           - ¿Desnucado? La causa de la muerte, quiero decir.
-         -  Pensé al principio que sí, aunque la cara de espanto que tiene me hacía dudar,  y al final la duda era de las buenas. El forense ha dicho que el golpe en la columna lo dejó tetrapléjico casi seguro, pero que la muerte se debió a una parada del corazón. Tiene que hacer análisis y tal, pero cree que sufrió un shock que le produjo una parada cardíaca, seguramente debido al pánico. Sin señales de lucha, ni de otras pesonas. Parece sólo mala suerte. Nada más anormal, salvo algunos restos de insectos, se ve que debe tener alguna plaga.
-          - Joder. La verdad es que tiene que acojonar, ver que no te puedes mover, de noche y todo oscuro, pero como para llegar a morirse… No sé, cada uno es como es. ¿Has desayunado?
-          -  Como se nota que llevas 20 años con esto. Yo tengo el estómago cerrado, paso
Salieron de la casa mientras hablaban del papeleo que iban a tener que hacer, de cómo contactar con la familia y el resto de las rutinas a cumplir.
       Mientras tanto, en su escondite detrás del mueble que había debajo del fregadero, el duende que los había escuchado, sonreía mientras acariciaba a una de sus cucarachas.

2 comentarios:

Miguel Ángel dijo...

Muy bueno!!!
Pero das un poquito de miedo con esa pinza ida...

Juan Ayala dijo...

La pinza siempre ha estado regulera, compañero... Este ha salido de una noche de insomnio, los miedos de mi niñez y algo que me pasó de verdad...