viernes, 13 de febrero de 2009

Estamos dormidos.

Se encallece el alma cuando día tras día se ven y se oyen noticias de muertes, atentados, guerras, miseria, pobreza…
Cuando todos los días te echan unas chinas en el zapato, la planta del pie termina por insensibilizarse. No dejamos la cuchara sobre la mesa, cuando escuchamos que mueren cientos de niños todos los días por falta de agua, comida o medicinas. Que en algún país del mundo mueren medio millón de mujeres al dar a luz. Que se masacran familias y etnias en estúpidas guerras. Incluso en lo cercano, en la prensa local, y en las televisiones nacionales, ¿qué día nos escapamos de leer algún asesinato, malos tratos, violaciones de niños…?

Cuando los hechos pasan la frontera de ser divulgaciones en medios de comunicación a tocarte personalmente, cuando conoces al niño violado, a la mujer maltratada o a la persona fallecida, entonces te das cuenta del dolor real que puede generar cada uno de estos casos.
Se te cae el corazón al suelo al saber de la muerte de una mujer de 33 años, tras dar a luz. Si, tras dar a luz en el año 2009 en Esapaña. Al saber que deja un niño de cuatro y una recién nacida. Al pensar que el padre de estos niños trabaja durante todo el día. Que horrenda situación. Y a mi me causa desolación porque conocía a esta chica, pero en caso de no haber sido así, tal vez me hubiera producido cierta inquietud y punto.
Extrapolando este acontecimiento a lo cotidiano, podemos darnos cuenta de la cantidad de tragedias y de situaciones extremas que se crean todos los días. Las situaciones familiares y personales que se establecen a diario en todo el mundo. Lo trágico de esto, es que la mayoría tienen solución y nadie hacemos nada, los gobiernos no hacen nada. Todos somos un poco culpables de que haya niños que mueran por no tener lo que nosotros tiramos a la basura.
El mundo tiene un callo contra el dolor.

2 comentarios:

Markesa Merteuil dijo...

Sí, pareciera que el tiempo de luchar, de indignarnos, tuviese fecha de caducidad.

Miguel Ángel dijo...

Es tremendo lo que cuentas, Chema.